La meditación, la parte espiritual del yoga, es prioritaria en nuestra enseñanza.
El yoga se ha popularizado en Occidente como un bálsamo para aliviar algunos males Esta práctica milenaria se ha alejado de la tradición para acercarse a la gimnasia
En una habitación caldeada a más de 40 grados, sobre una esterilla empapada de sudor, cuatro adultos se entregan a conciencia, una mañana de lunes, al supuesto placer de dejarse llevar por el calor extremo. Frente al espejo, Katica Córdova Sekul, de 37 años, vigila que su cuerpo esté alineado de forma correcta, respira y entra en una de las 26 posturas (o asanas) en las que consiste la clase. “Llevo años practicando yoga; me ha ayudado mucho físicamente”, explica 90 minutos después en el vestuario, con ganas de meterse en la ducha. “Me da energía”. Acude varias veces por semana a un centro en el barrio de Malasaña, en Madrid, que sigue las enseñanzas del gurú Bikram Choudhury, cuya característica más llamativa es que se desarrolla a elevadas temperaturas.
Esta versión del yoga moderno simboliza la formidable transformación que ha experimentado una disciplina, surgida en India hace entre 3.000 y 6.000 años, que ha sido adoptada por la sociedad occidental como un bálsamo contra dos de sus grandes males: el estrés y el sedentarismo. El ritmo de implantación ha sido frenético, sobre todo en Estados Unidos, donde se dice que se abren más estudios de yoga que Starbucks. Si en los años sesenta y setenta, hacer cada mañana el saludo al sol (surya namaskar, una de las secuencias de posturas más conocidas), después de entonar con energía un largo om (uno de los mantras más repetidos del mundo), era una marca de la contracultura, ahora es una disciplina cada vez más popular.
A esta expansión imparable, Ramiro Calle la llama yogomanía. “Hubo una primera eclosión en España, en los años ochenta, muy diferente a la de ahora porque lo practicaba mucha menos gente. Pero el boom como tal empezó hace cuatro o cinco años”, explica este profesor, considerado como el gran pionero del yoga en España (abrió el centro Shadak en Madrid en 1971) y también como el gran divulgador (ha escrito casi medio centenar de obras sobre el tema). Los centros de Hatha Yoga (postural o físico, el más extendido en Occidente) se multiplican. “El yoga es un método de autodesarrollo, equilibrio y bienestar. En este proceso de popularización ha empezado a aguarse, desvirtuarse, falsearse. Aunque también es verdad que muchas más personas se benefician y algunos acaban llegando al verdadero yoga, al auténtico. El yoga mueve mucho dinero. En cierto modo es el supermercado espiritual”.
Esa macrotienda es una industria en auge. Cada vez hay más gimnasios que ofrecen clases; existen libros y webs para todos los gustos donde se pueden seguir clases online y se analizan desde las esencias de carácter más espiritual hasta cuál es el grosor y material idóneos de las esterillas para la clase de yoga, o qué políticos, deportistas, artistas y modelos lo practican y lo esgrimen como uno de sus secretos de belleza, salud o equilibrio interior. Los forofos ya tienen hasta su Día Mundial del Yoga, declarado por Naciones Unidas el 21 de junio (se ha celebrado por primera vez en 2015), y grandes firmas de moda patrocinan encuentros de yoga para promocionar sus líneas de ropa destinadas a practicarlo.
El valor de esta industria no es fácil de cuantificar. Se calcula que mueve 30.000 millones de dólares al año en todo el mundo; de ellos, 10.000 millones en EE UU. Hay sondeos que indican que casi 20 millones de personas lo practican a diario en aquel país, frente a los cinco millones de 2001. En España, el 12% de la población dice que es aficionada. La mayoría se ha enganchado durante los últimos tres años, según un informe de la web especializada Aomm. El futuro promete: al 52% de los que no lo practican les gustaría hacerlo.
La primera vez que Marta Mahou asistió a una clase de B. K. S. Iyengar, uno de los padres del yoga moderno, en su instituto en Pune (India), hace 35 años, tenía la espalda lesionada y el hombro dislocado. “Me echó la bronca. Me dijo que los occidentales íbamos allí pensando que aquello era un hospital”, recuerda la directora de Yoga Studio Marta Mahou, que ahora tiene 61 años y que desde entonces se dedica a enseñar esta disciplina. “El problema es que el yoga se ha expandido por el mundo más como una forma de fitness que como lo que es en realidad: una filosofía que se practica, una manera de encontrar calma, quietud, dentro de ti a través del cuerpo. Occidente en general lo que más valora es la práctica de asanas. Todo el aspecto de la introspección suele pasar a un segundo plano”, opina. “En las clases, a veces se reproduce un aspecto competitivo, que ya sufrimos en nuestra vida cotidiana, en el que prima hacer la mejor postura, la más complicada”. Y se veneran las acrobacias, el contorsionismo y el culto al cuerpo. “Sea cual sea la motivación, cada vez más personas se acercan al yoga, y eso es lo importante, el interés creciente por esta disciplina milenaria”, añade Mahou, que preparó a Elena Anaya para su papel en La piel que habito, dirigida por Pedro Almodóvar.
La popularización ha dado lugar a múltiples formas de hacer propio el yoga por parte de los que lo enseñan y difunden. Del Hatha Yoga nacen varios estilos, como Iyengar, Ashtanga, Kundalini, Bikram, Anusara, entre otros. Muchos profesores huyen de las marcas o las modifican y sus clases son más personales, en función de su experiencia, y cambian cada día según qué alumnos han asistido o su estado de ánimo.
La improvisación no es una opción en un centro Bikram. En cada clase se siguen las 26 posturas a rajatabla. El propio Bikram Choudhury, una suerte de niño malo del yoga, ha denominado “cámaras de tortura” a las salas en las que imparte sus enseñanzas. Le llueven las críticas desde otras escuelas, por su heterodoxo estilo y porque intentó patentar su famosa serie de asanas. Además, algunos expertos en salud han cuestionado que contorsionarse a tan elevadas temperaturas sea apto para todos los públicos. Por no hablar de que tiene pendientes varios juicios por acoso sexual, que él niega rotundamente. Pese a todo, su centro de formación en Los Ángeles está hasta los topes, su filosofía se ha distribuido muy eficazmente en Estados Unidos y Europa a través de un sistema de franquicias y son muchos los famosos que siguen sus consejos. “Hay gente que quiere tener un control sobre lo que es el yoga, pero no lo consigue. Entiendo que lo hagan, pero Bikram también ha aprendido de grandes gurús. Algunos dicen que lo que él enseña no es yoga. ¿Quiénes son ellos para decir qué es y qué no es yoga?”, se pregunta Lucia Kelley, que dirige varios centros certificados de Bikram Yoga en Madrid y Barcelona. “El calor no perjudica, sino que ayuda a evitar lesiones”, asegura Kelley, que lleva 20 años practicando yoga. “También le doy importancia a la meditación; lo hago en cada postura”.
Hay que descalzarse para entrar en el centro de yoga Sivananda, una de las escuelas más clásicas, muy extendida en el mundo. “Podemos dar cinco clases a la vez, incluso seis; pasan unos 850 estudiantes de media a la semana”, explica José María Márquez, Gopala, uno de los profesores. Aquí, la meditación, la parte espiritual, es prioritaria. En otros centros se respira cierto aire minimalista, como de boutiques del yoga, o bien se presume sin complejos de parecer sin más un gimnasio, incluso a veces con música. Pero en Sivananda todo tiene un aire de misticismo: las mallas de licra son sustituidas por ropa ancha y de algodón; el naranja, el amarillo y el blanco son los colores dominantes; puede haber hasta 80 personas en una de las aulas, pero impera el silencio; no hay espejos y una parte de la clase transcurre con los ojos cerrados.
Gopala no duda a la hora de explicar qué es, a su juicio, el yoga auténtico. “Es una forma de respirar, de moverse, de meditar”, afirma. “No es un movimiento religioso, aunque nace inspirado en el Vedanta, en los Vedas, textos antiguos que también dieron lugar a grandes religiones como el hinduismo y el budismo”, explica. En la sala de recepción, un grupo de “estudiantes” –aquí llaman así a los alumnos– comen sopa de verduras y legumbres tras la clase del mediodía. Mientras, Miguel Ángel –que es magistrado de profesión y prefiere no dar su apellido “por pudor”– explica cómo el yoga le ayudó a gestionar el estrés: “Tenemos que canalizar por algún lado la tensión, la física y la mental. No concebiría mi vida sin el yoga. Es la ciencia de la espiritualidad. Genera un beneficio interior, pero que es científico”.
El yoga atrae, según los expertos, porque da respuesta a muchos problemas de nuestra época: trastornos físicos provocados por una vida sedentaria, estrés, insatisfacciones. La práctica, dicen sus adeptos, enseguida da resultados: mejora la espalda, las articulaciones, el ánimo y el control de la ansiedad. Esta disciplina también encaja cada vez más en un mundo que idolatra llevar una vida sana tanto en el aspecto físico como mental.
“El yoga es un gran libro; coges lo que te interesa”, opina Eduardo Baviera, de 48 años, alumno de Ramiro Calle, que lo ha utilizado como “una herramienta de cambio personal”, para “mejorar y controlar el estrés” y “aumentar la flexibilidad”, entre otras muchas cosas. Como empresario que es, Baviera cuenta cómo cada vez más compañías están utilizando el yoga como parte de su cultura corporativa. “En Apple usan técnicas de atención propias del yoga”, explica. Su fundador, Steve Jobs, era un apasionado del yoga. Durante su funeral en 2011 se repartió a los asistentes un ejemplar del clásico Autobiografía de un yogui, de Paramahansa Yogananda, uno de los gurús que propagaron el yoga por el mundo.
Algunas empresas han empezado a facilitar a sus empleados la práctica en el trabajo. La profesora Alejandra Vidal está especializada en ello y da clases en Alstom o Privalia. “Las principales causas de baja laboral son los problemas de espalda y el estrés, y el yoga va fenomenal para esto”, explica.
El viaje del yoga desde India hasta Occidente se inició a finales del siglo XIX. La primera vez que se intentó exportar fue en 1893, cuando el monje hindú Swami Vivekananda se dirigió al Parlamento Mundial de las Religiones, en Chicago. En 1959, la gira mundial lanzada por Maharishi Mahesh Yogi fue clave: empezó a poner de moda el yoga y la meditación trascendental. Otros siguieron sus pasos: Iyengar, Pattabhi Jois, Swami Vishnudevananda, Sri Sri Ravi Shankar… Los dirigentes mundiales, que al principio veían el yoga como otro exótico regalo de India, empezaron a percibirlo como una ciencia seria. Incluso Barack Obama lo llevó a la Casa Blanca en 2009. Ahora, el Gobierno indio, dirigido por Narendra Modi, quiere aprovechar su éxito en Occidente para ganar peso en la escena internacional.
Hace 30 años el yoga era más sectario. “Para mis padres, que yo lo practicara con 16 años era un verdadero problema”, recuerda Gopala. “En cambio, para mis hijas es un orgullo”. Ahora no solo está de moda, sino que también lo recomiendan los médicos. A Ignacio González, directivo del Banco Popular, le diagnosticaron a los 40 años un cáncer (linfoma de Hodking) y su psicooncóloga le recomendó el yoga. “Estaba en shock. Era el primer revés serio en mi vida. El miedo al sufrimiento, a la muerte…, recién casado, con dos hijos de uno y tres años”. Acudió a Ramiro Calle (él mismo se benefició del yoga para recuperarse de las secuelas que le dejó una bacteria cogida en Sri Lanka). “El yoga fue un método eficaz para que mi organismo se terminara de recuperar de la quimioterapia”, añade. La meditación le dio recursos para enfrentarse a la retahíla de molestas pruebas médicas.
En realidad, existe un yoga terapéutico, específico para “las personas que no pueden practicarlo en una clase normal por lesiones o enfermedades”, explica Elena Ferraris, profesora que hace unos meses abrió su propio estudio y alumna de Marta Mahou. “Y lo que ha sido el último boom: el yoga prenatal y para bebés”, remata. Mamás y sus recién nacidos acuden todas las semanas a las clases de Montse Cob en City Yoga, en Madrid. Ella es una de las pioneras de esta práctica específica para mujeres. “Esta disciplina ha estado siempre muy masculinizada; muchas posturas pueden perjudicar a las mujeres, sobre todo porque nuestra pelvis es muy diferente. Por eso hemos buscado que no lesione a la embarazada; en los cursos de posparto también trabajamos mucho la pelvis y la conexión entre la madre y el bebé”, cuenta Cob.
Tanta demanda genera el yoga que casi se puede decir que hay más profesores que alumnos. Muchos centros ofrecen sus propios cursos de formación, con mayor o menor nivel. Una de las novedades es que la Universidad Politécnica de Madrid, a través del Instituto Nacional de Educación Física, inició el año pasado un curso de introducción al yoga, de dos años de duración, para formar a profesionales con el objetivo, según explica Mahou, de que “el alumno practique de forma segura”.
Una lesión grave de espalda llevó a Michael O’Neill a practicar esta disciplina hace 40 años. El fotógrafo estadounidense comenzó a plasmar ese mundo en 2006 y, fruto de su trabajo de estos años, acaba de publicar en España un libro con 200 imágenes, Acerca del yoga: la arquitectura de la paz (editorial Taschen), algunas de ellas incluidas en este reportaje. “Quería homenajear a los maestros, porque nadie reconoce la importancia de mucha de esta gente”, explica por teléfono desde su estudio en Nueva York. “Elegí a algunos de los profesores que considero más influyentes y a varios famosos. Quería que quedara constancia de este fenómeno, del verdadero yoga”.
Sentada en el despacho de su estudio, Marta Mahou mira las fotografías de O’Neill y dice: “Ahora que los grandes maestros que han revolucionado el yoga, como Krishnamacharya, Iyengar o Pattabhi Jois, ya no están, los que somos más mayores tenemos esta preocupación por que el yoga se transmita en una amplitud mayor. Porque si no, es, como dice un amigo mío, solo una gimnasia oriental sofisticada”. En un vídeo colgado en Internet, O’Neill explica el significado del gyan mudra, una popular posición de manos que se realiza uniendo el pulgar y el índice: “El pulgar representa el macrocosmos, y el índice, el microcosmos; al juntarlos es como si nos uniéramos al infinito”.
Fuente: https://elpais.com/elpais/2015/11/04/eps/1446639639_631598.html